Y sé que a la princesa

                                                             Leia irán dirigidas mis últimas palabras

                                                             cuando la luz se apague, y que repetiré

                                                             su nombre en mi agonía, como si ella tuviese

                                                             un nombre, antes de hundirme en la noche total.


                                                                                                  Luis Alberto de Cuenca

Te conocí en las noches de mi infancia.
Tenías 18 años y eras una sola mujer:
Leia Organa,
Senadora y Princesa de este corazón más roto y fragmentado
que tu soberana Alderaán.

Te perseguí por los viejos cines de barrio,
tuve tus posters en los muros de mi cuarto stickers en mi ventana
y repetí de memoria cada una de tus palabras.
Tú eras mía y desde entonces siempre lo has sido
Eras la primera, la única y la última de mis mujeres.

Algo de ti tiene hoy mi soledad.
Algo de tu belleza este rencor y cobardía
frente a postales de planetas con dos soles
y naves que huyen con aprendices, piratas mercenarios y viejos guerreros.

Princesa Leia, regresas vestida de novia.
Por qué ese ademán de tristeza cuando oyes la suite de la Batalla de Yavín
Por qué esos gestos si a este amor lo pronuncia un idioma que no nos pertenece
Cuántos siglos, cuántas millas y a qué velocidad viajaron tus lágrimas
para llegar a este cuerpo.
Ante cuál religión te persignas cada día,
ante qué rituales inclinas tu cabeza, pequeña princesa.

Ahora que la vejez llega con sus finos deterioros,
a esta edad que es más lenta que la tuya.
Ahora que llega con sus polvos en las estanterías
yo deseo cantar, pequeña princesa
del mismo modo que te amo:
igual que una gota de aceite extraviada en el universo
más y más lejos de mi muerte.

Si de niño
jugaba a encontrar tesoros en el centro de la tierra
o gigantes criaturas y grandes minerales en el espacio
y pintaba mapas en cuadernos cuadriculados
Qué diré de este amor de lápices de colores y papel mantequilla
Que nunca tuvo horóscopos, canciones ni peluches.
Qué diré de ese amor que pronuncia tu nombre y dibuja tu rostro
mientras me recoges una vez más,
          como ayer, como en el cine matinal,
como en los sueños que nunca pude atrapar,
como la primera navidad o el último halloween.
Me recoges como antes y como hoy,
Leia Organa de Alderaán,
la primera, la única y la última de mis mujeres

y siempre vestida de novia.

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